En el Estadio Azteca y ante más de 100,000 aficionados, durante la final del Mundial de 1970 en México contra Italia, apenas habían transcurrido 18 minutos cuando, en una jugada de fotografía, se ve a Pelé suspendido en el aire, a una distancia indeterminada del suelo, para conectar el cabezazo mortal que significó el primer gol brasileño.
Esa anotación abrió el camino para un triunfo de 4-1 sobre los Azzurri en un torneo que fue considerado como el del juego exquisito y libre de ataduras, donde fue más importante crear que destruir.
Aquel Mundial de 1970 consagró a Pelé como el mejor jugador de la competencia y lo elevó definitivamente a la historia como uno de los grandes referentes de los mundiales y del futbol mundial.